Este blog estará dedicado a compartir mis experiencias de pesca y caza en distintos lugares de Chile y todo lo relacionado con estas pasiones. La amistad no estarán ausentes así como el merecido lugar que ocupan en mi vida mi familia y mis perros de caza. De antemano agradezco a estos deportes por permitirme ver lugares que muchos desconocen, así como el tener, a mis 28 años, muchos bellos amaneceres en los campos y aguas de Chile.
Gracias por sus comentarios, gracias por participar de cazadoresyperros, amigos míos....... !Sean todos bienvenidos!

miércoles, 27 de enero de 2010

Relatos de pesca (Por Víctor Fuenzalida)


Diego, un compañero de pesca para una vida



Corría el cálido verano de febrero de 1999. Me encontraba de vacaciones, junto a mi querida familia, en el fundo de mi gran amigo y compañero de pesca, César Poblete. Disfrutábamos de la hospitalidad que lo caracteriza. Nos encontrábamos en los alrededores de Lautaro, IX región de Chile. El hermoso predio se ubica a orillas del río Cautín, el que mantiene una buena población de truchas, no de gran talla, pero bastante entretenidas de pescar y luego soltar, pensando en una próxima salida y la suerte de otros.


Me inicié en la Pesca con Mosca desde hace aproximadamente 15 años, por lo que no es raro que toda vez que me mencionen la posibilidad de truchas, me haga de caña y moscas y las incluya en mi equipaje. Sin importar el lugar. Esta no fue la excepción. Pero, como el viaje era en familia, incluí cañas para mis hijos, con el objeto de iniciarlos en esta actividad tan apasionante, entretenida y sana.


Corría uno de esos días de vacaciones, en los que me iniciaba caña en mano desde las 7 de la mañana, y en los que la palabra suerte estuvo siempre a mi lado. Suerte, pues no creo ser un experto en la materia, tal cual confiesa mi amigo pescador y anfitrión en su campo. Siendo la excepción que confirma la regla, dos truchas de aproximadamente 40 cms. quedaron mal enganchadas, por lo que no fue posible devolverlas vivas al río. Ello me obligó a llevarlas a casa, motivando una reacción en mi hijo mayor -- 5 años -- que no pude más que mirar con satisfacción: ¡pescar a toda costa! Le señalé que cuando visitáramos el río para disfrutar de un baño, junto a la mamá y toda la familia, llevaríamos su caña y probaríamos suerte. Ello fue el resorte para que con una frecuencia no mayor a 10 segundos, repitiera intermitentemente, "¿Cuándo nos vamos al río papá?"


Iniciada la tarde y luego de un buen almuerzo, nos dirigimos todos al río. Mi hijo brincaba a mi alrededor. Deseaba, insistentemente, ir a pescar. En tanto, mi esposa lo regañaba dulcemente, pues la misma pregunta se había repetido miles de veces... Alrededor de las 5 de la tarde llegó su hora. Le expliqué subiríamos un corto tramo, río arriba, para lo cual preparé su caña. Era para niños. Casi de juguete. Até un spinner al extremo del sedal. Diego es aún muy pequeño para enseñarle las maravillas de la pesca con mosca. Algunos pocos años más pensaba...


Recorrimos aproximadamente 100 metros desde donde se encontraba la familia. Comencé con lances cruzados, atravesando la corriente. Le enseñaba a mi hijo. Era su primer día de pesca en el río, razón por la que era yo quien oficiaba lanzando el señuelo, y mi hijo recogía junto al carrete. Intenté luego, variar nuestros roles: él lanzaría el señuelo y yo lo recogería. Fue un trabajo relativamente duro, por cuanto Diego deseaba ansiosamente sentir la picada de una trucha. Le enseñaba que todo pescador debía tener infinita paciencia. Primera regla que aprender.


Al correr de una hora, mi hijo buscaba a orillas del río, cangrejos y sapitos que lo entretuvieran. Yo ejecutaba a la vez, lances junto al señuelo, sin poder olvidar mi caña mosquera en la casa patronal. Repentinamente sentí un brusco tirón, para posteriormente vitorear el brinco de una linda trucha arcoiris. Al intentar engancharla mejor, me percaté que el carrete de juguete de Diego se desarmaba. Rápidamente lo arreglé, para luego iniciar una dura pero hermosa batalla.


Al señalarle a Diego que algo se encontraba al extremo de la línea, me di cuenta que él se ubicaba con la mitad de su cuerpo en el río, intentando atrapar al pez. El susto fue mayúsculo. Difícil de explicar con palabras. El grito que proferí, lo paró en un instante. En el intertanto, proseguía la pelea junto a la trucha, la que tardaría cerca de 5 minutos. Pasados algunos instantes, recabé en el hecho de que la pesca era de mi hijo y no mía, por lo que le entregué su caña para que disfrutara junto al ejemplar. Lo hizo con bastante esfuerzo y un tanto asustado, pero finalmente pudo cobrarla.


La expresión de Diego, al tener el pez en sus manos, era indescriptible. Yo retrocedía 30 años, recordando la primera oportunidad en que mi padre me había llevaba a pescar. Era hora de regresarla al río, pero al observar su expresión de niño, no tuve las fuerzas para quitársela y devolverla. La llevamos a casa.


El trayecto de regreso fue estimulante. Diego relataba con alegría su aventura a primos y tíos, mientras mi pecho, se hinchaba tanto como podía. Una vez en casa, pesé la trucha, para con gran sorpresa comprobar que alcanzaba a 1 kilo y 200 gramos. Bastante mayor que todas aquellas que había pescado y regresado las mañanas anteriores. La preparé, y gustoso invité e mi hijo a unirse junto a los adultos aquella noche, para disfrutar de su sabor. Era su trucha y parte de mi enseñanza indicaba que, "lo que uno pesca y mata... debe comerlo".


Ya avanzada la noche y en amena charla junto mi querida esposa, ella señaló: "Diego nunca se despegará de tu lado". Fue sólo entonces cuando me percaté de que había encontrado al "Compañero de Pesca de Toda una Vida". A contar de aquel minuto y a diario, pesqué muy temprano cada mañana, acompañando a Diego todas las tardes. El río le proveyó con dos a tres hermosas truchas más, las que regresamos a su cauce, no sin antes tener una conversación profunda sobre el tema de la devolución y el cuidado de la naturaleza.


Sebastián, el menor de mis hijos y con sólo tres años, ha también solicitado su caña. Heredará la de Diego, héroe de este relato, a quien obsequiaré una para adulto junto a un buen carrete. Lo merece.




Víctor Fuenzalida M.